Tokenización: ¿En sí aporta valor?
Tokenización: ¿En sí aporta valor?
En los últimos años, la palabra tokenización se ha convertido en uno de los términos más de moda del sector financiero. Últimamente es muy común ver en foros sobre activos digitales, al menos una mesa redonda donde reguladores, bancos, fintechs, consultoras y hasta instituciones hablan de “el futuro tokenizado” como si estuviéramos ante una revolución ontológica del valor. El mensaje es claro: los activos financieros serán tokens, la infraestructura será distribuida y el mundo será más eficiente, más rápido y más transparente. No falta razón en algunos puntos… pero falta rigor en otros. Y el más importante es este: la tokenización, por sí misma, no aporta valor económico.
Sí, tokenizar puede mejorar procesos, reducir fricción, habilitar nuevos modelos operativos o permitir liquidaciones atómicas. Pero hay que tener claro que esa es eficiencia, no valor. La tokenización no convierte un mal activo en un buen activo, igual que poner un coche destartalado sobre una plataforma digital no lo transforma en un Ferrari. La industria, en su entusiasmo, parece haber olvidado una verdad simple: el valor no reside en el formato, sino en la naturaleza intrínseca de lo tokenizado.
El valor económico no lo crea el formato, lo crea el activo
Las acciones suben o bajan en función de la calidad de la empresa, de su capacidad de generar beneficios, de su posición estratégica, de sus ventajas competitivas y de las expectativas sobre su negocio. Lo mismo ocurre con un bono, un inmueble, una obra de arte o una materia prima. Su valor depende de sus fundamentales, no de cómo se representen digitalmente. Puedes tokenizar la acción de una gran empresa o el bono más solvente del mercado; también puedes tokenizar el ladrillo más ruinoso, un proyecto sin ingresos o un activo sin demanda. En ambos casos, el proceso es técnicamente similar. Pero el resultado económico no lo es.
Es una obviedad que, sin embargo, se diluye cuando la discusión gira en torno al hype tecnológico en vez de al análisis económico. Se habla mucho de cómo la tokenización permitirá mayor liquidez, accesibilidad global, fraccionamiento o interoperabilidad. Todo eso puede ser cierto en algunos escenarios. Pero ninguna de esas ventajas altera la esencia fundamental: el precio de un activo depende del activo, no del token.
Eficiencia operativa: necesaria, pero no suficiente.
La tokenización nativa, aquella en la que el activo nace directamente en una infraestructura DLT, sí aporta beneficios claros: Elimina reconciliaciones, reduce intermediarios, acelera la liquidación, mejora la trazabilidad, simplifica procesos post-trade y permite programabilidad a través de smart contracts. Pero eso es eficiencia, no valor económico.
Si una acción se liquida en T+0 en lugar de en T+2, no por ello vale más. Si un inmueble se fracciona digitalmente para facilitar su compraventa, no por ello su calidad estructural o su ubicación cambian. Si un bono “vive” en una DLT, no por ello su riesgo crediticio mejora. La tokenización optimiza los cómos, pero no altera los porqués del valor.
Tomemos un ejemplo tan simple como revelador: Tokenizar una mesa. Puedes crear un token que represente esa mesa, registrarlo en una blockchain, transferirlo en segundos, fraccionarlo en mil partes, integrarlo con smart contracts y permitir que se negocie globalmente. ¿Ha aumentado su valor? No. La mesa sigue siendo la misma: hecha del mismo material, con la misma durabilidad, la misma estética y la misma utilidad. Su valor está en lo que la mesa es, no en cómo la representas digitalmente. Este ejemplo es trivial, pero aplica igual a activos financieros, inmobiliarios, energéticos o artísticos. La tokenización es un espejo. Refleja el valor; no lo crea.
Las únicas vías (indirectas) por las que la tokenización puede influir en precio
Decir que la tokenización no crea valor, no significa que no pueda influir en él de manera indirecta. Puede hacerlo cuando reduce costes de transacción, permite el acceso a nuevos mercados, abre la puerta a más inversores, facilita la movilidad del activo o aumenta la liquidez potencial.
Pero esto no cambia los fundamentales del activo; sólo puede catalizar la demanda. Es un efecto secundario, no un cambio en la esencia económica. Un activo malo puede volverse más negociable, pero no mejor.
Conclusión: el valor sigue donde siempre ha estado
La narrativa de la tokenización necesita madurar. No se trata de una poción mágica que transforma la calidad económica de los activos. Se trata de una herramienta poderosa, quizá transformadora, para mejorar infraestructuras financieras y operativas. Pero herramienta al fin y al cabo.
La tokenización aporta eficiencia, no valor intrínseco.
El valor está en la naturaleza del activo, no en el formato en que lo envuelvas.
El futuro será tokenizado, sí. Pero no porque eso haga que los activos valgan más, sino porque hará que los mercados funcionen mejor.

